Me adentraré más en sus secretos en los capítulos que en esta sucesión de noches he dedicado al estudio y análisis de los Caminos que rigen nuestra no-vida.
Aquí simplemente tendré que detallar aquellas situaciones terribles... o quizá no tanto, en las que nuestra Bestia interior se apodera de nosotros, convirtiéndonos en esos monstruos que los humanos han temido desde el principio de los tiempos. No somos santos, ni ángeles. No me atrevo a asegurar que seamos demonios, pero en cualquiera de estos casos puede pensarse que sí...
EL FRENESÍ: Representa un estallido de emociones sin control en el que el Vampiro pierde toda conciencia. El Cainita es consumido por la rabia, atacando a amigos y enemigos para huir o tratar de mantener su no-vida a salvo. Las heridas, el hambre, la ira, el peligro o la humillación pueden llevar a un Vampiro a este estado.
Cuando un Cainita está en Frenesí, es incapaz de usar Disciplinas, y sólo un fuerte control de su voluntad le permite vislumbrar entre la furia un atisbo de racionalidad con el que guiar sus acciones. Ahora bien, en este estado bestial, los Cainitas no sienten el dolor de sus heridas. Se dice que algunos salvajes de Escandinavia son capaces de entrar en Frenesí a voluntad...
EL RÖTSCHRECK: Los Vampiros no somos inmunes al miedo. Nuestra inmortalidad no es absoluta, y como extraña paradoja, aquellos destinados a ver el ocaso de los tiempos somos los que más tememos perder nuestra existencia.
El Miedo Rojo es otro de los estados de control de la Bestia. Generalmente el fuego y la luz del sol son sus detonantes. Un Cainita medianamente inteligente se alejará prudentemente de cualquier llama. No obstante, a veces no es posible, y en esos casos el Vampiro debe apelar a su coraje para evitar correr y huir con todos los miedos a su alcance.
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